Doppelgangers
“Creo
que la causa fue el miedo” me dije a mi mismo, o la desesperación, quizá.
También puedo decir que fue en defensa propia, la verdad no sé. De todos modos
había cosas más importantes de las cuales ocuparse.
Empecé
agarrándolo por los pies desnudos, lo arrastre un par de metros cuando me di
cuenta de que no sabía dónde iba, que lo estaba arrastrando por el simple hecho
de que me causaba placer. Lo solté en la alfombra y me quede contemplándolo.
Mirándolo, me percate de la cicatriz en su
hombro, esta debía tener unos tres centímetros de largo, me acordaba de esa
noche cuando a causa de un altercado en un bar, una botella rota me hizo un
tajo en el hombro izquierdo. Aun recuerdo el frio del vidrio atravesando mi
piel y el dolor de aquella noche.
De
repente, me agarro un ataque de ira, no sé muy bien porqué pero empecé a
golpearlo, viendo como nuestros nudillos se llenaban de nuestra sangre a medida
que mi sonrisa iba aumentando, empecé a reírme, cada vez mas fuerte, viendo
como mi cara quedaba demacrada por los golpes. Después de unos minutos de lo
mismo, me recosté en el piso y mire mi cara que, aunque un poco desfigurada,
seguía siendo mía. Al mirarlo descubrí en su mirada odio, un odio que llevo
dentro mío, un odio que aumenta mediante pequeñas quejas no realizadas, un odio
que hasta hace poco no sabía que existía y un odio que fue liberado hacia
alguien, en este caso, hacia mí.
Cerré
cortinas, bloquee ventanas y puertas, y me puse a pensar.
Cuando lo vi por primera vez estábamos
esperando el subte, debían ser como las seis de la tarde y, ante mi asombro, éramos
los únicos en la estación, llevábamos la misma ropa y estábamos sentados en
lados exactamente opuestos, con unas quince butacas de distancia, era como una
escena simétrica. Al llegar el subte, nos paramos e, instantáneamente nos
dirigimos hacia la compuerta. Al entrar nos sentamos a dos asientos de nuestra
respectiva puerta de entrada y nos quedamos mirando, el con su mirada muerta y
yo atónito ante aquel encuentro (nos bajamos en la misma estación pero, ante mi
sorpresa, nos fuimos en direcciones opuestas).
Este
evento se repetía todos los miércoles y, en un principio, el hecho de viajar en
el subte con solo un acompañante era ideal. Después de un mes de lo mismo me percaté de que no solo había un doble en
mi vida, sino dos. Este segundo se empezó a encargar de mi comida, todos los
días laborales me esperaba en casa con la cena hecha, y cada día era un deleite
probar sus comidas. Cuando lo vi por primera vez, mi instinto fue echarlo,
sacarlo de ahí, y seguir con mi vida a base de fideos y café. Pero aunque lo
echase un día, al día siguiente siempre me esperaba en casa con la cena hecha,
sin importar que tan trabada estuviese la puerta o que tan alta fuese la reja.
Teniendo en cuenta que mi alimentación era bastante limitada, esto me empezó a
gustar y lo adapte.
Al
principio cuesta un poco adaptarse pero, al no poder hacer nada con ellos y
teniendo en cuenta que de alguna manera u otra me venía bien lo terminé
implementando a mi rutina. Así sucedió con todos los dobles hasta que ocuparon
más de la mitad de mi vida, pero, cuando me di cuenta de esto ya era tarde y
solo me levantaba de la cama para necesidades que solo el original podía
satisfacer. Y ahí está el problema, la definición de original. En su momento yo
pensaba que yo era el original y que los demás eran solo una copia de mi con la
única meta de satisfacerme, pero me empecé a dar cuenta de que hasta las
versiones no reales de mi tenían más protagonismo en mi vida que el mismísimo
original. Y ahí se originó el conflicto que me llevo a verme muerto dos veces
en mi cama, una en el sofá, cinco en el comedor y una en la alfombra que, a
pesar de estar muerto y un poco desfigurado, era hermoso.
Lauti Xifra.
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