sábado, 13 de junio de 2015

Crónicas literarias: contar desde el sentir.



Estábamos esperando hace más de dos horas. Vagando sin rumbo ni dirección terminamos por sentarnos en el frío suelo y esperar. Esperar aquél incomprensible llamado de atención que nos llenaba de ira y desesperación al no presentarse y resonar por nuestros oídos, hasta llegar a nuestro cerebro indicarnos que hacer, como pequeños robots controlados por sí mismos, pero aun así deseando tomar alguna decisión diferente.
Una voz femenina se interpuso en mis pensamientos que no eran los más positivos posibles, estaba casi temblando cuando nos paramos y comenzamos a caminar. Yo no tenía ni idea a dónde íbamos, solo llevaba una mochila en mi hombro y un buzo bastante sucio en mi mano contraria. Era la primera vez haciendo eso, ¿cómo no iba a estar nerviosa? Con todas las cosas que dicen en la tele, la radio, tenía muchísimo miedo.
Una señorita con una pollera azul, una camisa blanca y un pequeño sombrero muy gracioso, tomó nuestros tickets y los rompió. Volvió a entregármelos y los miré confundida << Ya pueden pasar >> añadió. Qué raro era todo esto, muy confuso.
Entramos por un túnel blanco repleto de luces, tantas luces que me dejaban sin vista alguna, como que tu sueño sea interrumpido por alguien que abrió una ventana. Era como quedarse ciego por unos momentos y sentir que tus pies te dirigían solos a donde ellos sabían, pero solo ellos lo saben, vos estás ciego.
Era una entrada muy chiquita y circular. En ella nos esperaban más de estas chicas que parecían muñequitas, una fabricada atrás de la otra, todas iguales. Iguales por afuera y por adentro, vacías vacías. También había un tipo muy formal con una barba muy graciosa, era larga y gris, me hizo acordar a Gandalf de “El señor de los anillos”. No pude evitar reírme cuando lo vi, pero creo que le pareció descortés, no me miró con muy buena cara. De todas maneras me saludó, tenía que hacerlo, sonriendo le devolví el “buen día”.
Buscamos nuestro dichoso lugar en el mundo, lo que solo eran dos asientos bastante cómodos y reclinables. Detrás de mío no había nadie, con lo cual podía estirarme todo lo que quería, y dormir plácidamente, pero no pude. Se escuchaban los ruidos que venían de afuera, la gente charlando y mi mente iba a estallar.
Todo se movía muy raro. Era exactamente la sensación en la que la cara se te queda dura, no tenés expresión alguna en ella y te sentís muy estúpido. Intentas sonreír y no te sale, intentas gritar y tampoco. Empecé a marearme, sentía mi cabeza dar vueltas, giraba y giraba como una pelota que rueda sobre el piso. Cerré los ojos en otro intento en vano de dormir.
Saqué mi celular y puse la reproducción aleatoria, la música podía calmarme, pero lo único que logró fue que terminara odiando la canción que se estaba reproduciendo. No me quedó más remedio que mirar el techo y relajarme. Estiré mi cabeza con la libertad de saber que no estaba molestando a nadie, dejé a mis parpados caer sobre mis pupilas, impidiéndome la vista de todo, y a la vez de nada, bueno, un techo blanco lleno de botones es bastante aburrido.
Terminé despertándome algo asustada. No estaba en mi cama, tenía frío y al principio me sentía algo perdida.
Indicaciones en inglés empezaron a sonar, era todo confuso.
-Llegamos. –me dijo sonriendo.
Sólo me levanté de mi asiento y la seguí.
Caminé nuevamente por ese pasillo cegador, sólo que esta vez lo inundaba la luz natural del sol que nos rodeaba.
<< Es bastante distinto a viajar en micro >> pensé riendo por lo bajo.

Dolores García.

1 comentario:

  1. Dolo, no sé por qué pero mientras leía esta crónica recordé "Lucy in the sky with diamonds". ¡Muy buena!

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