No hay nada más lindo que ir a un torneo nacional, y más si
llegas como primer tablero. Como todo comienzo, es aburrido. Te dan la típica
visita guiada para mostrarte el lugar que seguramente te vas a olvidar como es
porque nunca vas a volver ahí, al menos había conocido a dos chicos del turno
tarde que se volvieron mis amigos.
Después de la aburrida caminata, nos quedamos parados en una
parte donde hicimos unos juegos para pensar. Luego fuimos al galpón donde se
llevaría a cabo el torneo. Almorzamos. Nos repartieron a todos un sándwich de
milanesa con jamón, queso, lechuga y tomate. Mientras comíamos nos dieron el
discurso con todas las reglas y una vez terminado empezamos.
Eran cinco rondas y cada equipo tenía tres integrantes. Los
tres estábamos nerviosos. Nosotros teníamos solo una clase por semana mientras
que los demás chicos participaban en clubes por lo tanto nos llevaban ventaja.
Pero hay algo malo en ser el “mejor” del equipo, te toca jugar con el mejor de
los otros y en la primera ronda perdimos lo tres. ¡Mejor comienzo imposible!
Por suerte en la siguiente pudimos ganar dos de tres partidas, lo cual nos
animó bastante, pero solo yo pude ganar en la siguiente ronda. Eso fue todo por
el primer día, el segundo y último día era el siguiente.
Era hora de pensar y practicar, pero yo, como siempre, no lo
hice. A casi todos le sirve practicar pero a mí me pasa al revés, cuanto menos
practico mejor me sale. Bueno, a veces.
El siguiente día fue mejor que el anterior. Cuarta ronda: yo
perdí después de 40 minutos de partida en la que me concentré de una manera que
nunca más voy a poder repetir, pero hice una sola jugada mal y me lo dio
vuelta, pero mis compañeros habían ganado así que no preocupó. En la quinta uno
empató, el otro perdió y yo pude volver a ganar.
Ese fue mi primer torneo importante y por suerte no sería el
último y además pude hacer dos amigos nuevos.
Nicolás Pérez Casalla
Nico: ¡Mejor comienzo imposible!
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