sábado, 13 de junio de 2015

Lo que la música nos dejó II

Lo que estás a punto de leer no es una de esas historias con los finales felices, así que si eso es lo que estás buscando te recomiendo dejar de leer y pasar una otra cosa, porque mi mundo no es prácticamente de color rosa.
No hay un amor de cuentos y un chico perfecto con el que terminas casándote.
Sé que esta historia solo significara una historia más entre tantas otras que han leído. Una historia que fácilmente se perderá entre tantas otras en su Librería, pero sinceramente me importa muy poco. Solamente quiero contarles una historia, la historia de mi vida.
Queda en ustedes leerla o no.
Parte 1
No voy a dar a conocer mi nombre real. Tampoco creo que haga falta, pues ni yo sé cómo me llamo.
Cambie mi nombre a los 16 años, junto con mi apellido. Más adelante conocerán el por qué.
En estos momentos tengo 18 años. Y me refiero a que, literalmente, tengo esa edad en estos instantes.
Así es, en este mismo momento hace ya 18 años una bebé estaba naciendo, lamentablemente esa bebé era yo.
Ya sé lo que estarán pensando. "¿Quién en su sano juicio podría lamentar su nacimiento?". Ahí está el problema.
No estoy en mi sano juicio.
Probablemente todas las chicas y chicos se sienten felices al cumplir sus 18 años, ya que eso significa que "Eres un adulto", aunque misteriosamente siguen tratándote como un niño. Claro, solo cuando les conviene.
Pero dejemos eso de lado. Vayamos a lo que a mi me interesa y por lo que estoy escribiendo esta ridícula historia.
Realmente, ¿Cómo te sentirías si fueses violada?
¿Voy muy rápido? ¿Acaso debí hacer una introducción suave para que eso no sonase tan fuerte y pesase tanto?
Pues mala suerte.
A mi tampoco me hicieron una introducción.
Ni siquiera una advertencia, y aún si me la hubieran echo, dudo que la hubiese captado. ¡Ya que yo solo tenía doce malditos años de vida!
Admitamos que el trauma hubiese sido menor si por lo menos supiese para ese entonces que era una violación. También hubiera ayudado mucho que la persona que se había adueñado de la pureza con la que vine al mundo, no fuese mi propio hermano.
Shockeante, ¿No?
Asqueroso, diría yo.
El solo hecho de pensar en ello me hiela la sangre. Aunque lamentablemente las imágenes no paran de pasar por mi mente, no me dejan descansar ni un segundo, ni lo han hecho en los malditos cientos y cientos de días que pasaron.
No fue solo una vez, ya que no le bastó verme tirada y humillada en el piso del baño, sintiéndome sucia por dentro y por fuera solamente una vez. Esto se prolongo durante dos semanas. En esos malditos catorce días fui violada seis veces.
¿Qué por qué no recurrí a algún mayor la primera vez que esto ocurrió?
Fácil, era una idiota. Una chiquilla tonta y ya no tan inocente que tenía miedo de abrir la boca.
No fue hasta pasadas las dos semanas que reuní el valor suficiente para contarle a mi madre lo sucedido, mientras él estaba en uno de sus entrenamientos de fútbol con los demás chicos de dieciséis años. Sí, él tenía solo dieciséis años cuando todo esto ocurrió.
Paso lo que imaginarán. Él fue internado a la fuerza en un centro de salud mental, ya que nadie con todos sus jugadores alineados va por la vida violando niñas de doce años que son, aparte, de su misma sangre.
Mi padre no se enteró de nada hasta pasada una semana. Ambos pasaron un año entero pagando costosas sesiones con psicólogos que de nada me sirvieron.
Lo que no notaron era que no era yo la que necesitaba esas sesiones, sino mi madre.
Parte 2
Ella se suicido 3 meses después de que yo cumpliera mis trece años.
Las pastillas y el alcohol fueron su única salida al caer por fin en la cuenta de que su hijo era un violador y su hija una antisocial, que pasaba todo el día encerrada en su cuarto.
No iba a la escuela, ya ni siquiera venían los profesores particulares a mi casa.
Su pérdida significo demasiado para mi padre y para mí. Yo "lo supere" recién alrededor de mis quince años. Mi padre, en cambio, nunca logró superarlo, eran demasiados golpes de repente y emociones encontradas para su aburrida vida de taxista. Su alimentación decayó notablemente tras el abandono de su segunda esposa. Murió poco antes de que yo alcanzara a cumplir los dieciséis años.
Quede bajo la custodia legal y temporal de mi tía abuela, que nunca antes había visto u oído nombrar.
Simplemente apareció de la nada cuando intentaron buscar algún familiar vivo entre un montón de papeles desparramados sobre un escritorio de madera en la oficina de un abogado cualquiera.
Hoy, al cumplir 18 años, quedó libre. Libre de mi tía abuela, que no despegaba sus ojos de mi ni por un segundo, con esa gota de pena brillando en ellos cada vez que me miraba.
Ella conocía mi historial. A los dieciséis años cambié mi nombre y mi apellido con el consentimiento y la firma de ella. Solo les diré que de apellido escogí "Black". Sé que suena estúpido, pero lo único que pasaba y pasa aún por mi cabeza cada vez que respiro es oscuridad, es negro, es horrible.
Decidí cambiar mi nombre completo porque creí que de esa forma me alejaría de la horrorosa vida que comencé a los doce años, creí que podría comenzar una nueva vida desde cero.
Idiota.
Fue realmente idiota pensar eso.
Esos recuerdos jamás abandonarán mi mente.
Ahora sí puedo empezar una vida nueva.
¿Creen en la reencarnación?
Pues yo sí.
Pastillas a un lado, junto a un vaso de agua apoyado sobre la mesa de noche.
Voy a acabar con esta tortura.
Me despido de ustedes, ya que cuando haya escrito el punto final al lado de la palabra fin, muchas pastillas recorrerán mi garganta y acabaran con mi vida evitándome el dolor.
Muchas gracias por leerme.

Melu Suffiotti

1 comentario: